Este cuento tradicional, basado en
una leyenda del chamanismo clásico, forma parte del acerbo cultural de la
humanidad. Chamanes de todas las épocas y culturas han atravesado procesos de
este tipo. Hoy en el movimiento neochamánico estamos sometidos a las mismas
fuerzas y los mismos procesos que nuestros antepasados y nos sentimos agradecidos
por ello. Este es un proceso nuclear en la senda del practicante chamánico. Me
he permitido reescribir este cuento, basándome sobre todo en mi propia experiencia
personal y teniendo en mi mente y en mi corazón la vivencia de personas
cercanas a mí y muy queridas. Mi máximo cariño, respeto y comprensión hacia
todas las personas que estáis atravesando este proceso.
“Posiblemente el águila es la más longeva de todas las
aves. Puede llegar a vivir perfectamente 70 años - muchos años para un ave,
muchos años -. El águila guarda un secreto que muy pocas personas conocen.
Ahora, yo te voy a contar ese secreto.
A los cuarenta años sus uñas han crecido excesivamente,
son demasiado largas, demasiado flexibles para sujetar las presas de las cuales
se alimenta. También el pico al crecer
se va curvando, apuntando hacia
su pecho y ya no le sirve. Las plumas de sus alas, que han crecido demasiado,
se han vuelto pesadas y endurecidas. Cada día que pasa el vuelo es más difícil
y fatigoso. El águila ya no goza con el vuelo, ya no goza con la caza.
Llegado a ese punto el águila sabe que solo tiene dos
alternativas: abandonarse y morir lentamente ó enfrentarse a un doloroso
proceso de renovación. Ella sabe que lo más cómodo, lo más lógico quizás, es
aceptar la muerte; pero algo dentro de ella, algo más poderoso que ella misma,
le impulsa a tomar el camino más difícil y doloroso. El águila decide entrar en
un proceso de renovación que le llevará aproximadamente 150 días.
Haciendo acopio de sus últimas fuerzas vuela hacia lo
alto de una montaña; en un farallón rocoso busca un lugar seguro, protegido,
lejos de las miradas de otras aves. Se prepara para acometer el mayor proceso
de regeneración que ninguna otra ave se atrevió a enfrentar. Mira de nuevo el
vacio del gran valle, siente el viento que le llama y sabe que lo que va a
hacer merece la pena. El águila comienza a golpear la pared rocosa con su pico,
golpea y golpea hasta arrancárselo. Ahora tendrá que esperar pacientemente
hasta que le crezca de nuevo, hasta tener un nuevo pico con el que lenta y
dolorosamente se irá arrancando las viejas uñas. Cuando las nuevas garras
empiecen a crecer se arrancara con ellas las
plumas.
Ahora contempla su cuerpo desnudo, lleno de cicatrices y
heridas. El águila apenas se reconoce a si misma pero espera pacientemente. Se
siente débil, duda, no sabe si volverá a volar, no sabe cuándo podrá cazar. Se
enfrenta a la soledad más absoluta; pero éste es su proceso, éste es su reto.
Han pasado cinco meses y una tibia mañana de primavera
despierta y se mira. Se ve entera, se ve
joven. Sus plumas brillan a la luz del amanecer, el aire llega hasta lo más
profundo de cada una de sus células y siente la llamada del vacío, del
infinito. Extiende sus alas y sencillamente se deja caer. Una suave brisa la
acoge. Cierra los ojos y siente el placer del viento rozando sus plumas; siente
sus alas extendidas. Viento, viento, siempre el viento, siempre hacia arriba,
siempre adelante.”
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